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ISSN 1989-4163

NUMERO 86 - OCTUBRE 2017

Nacionalismo: Cómo Remover los Sentimientos más Primarios

Inés Matute

Escribí esto en el año 2011. Lo publiqué. Seis años después sigo pensando los mismo.

 

En algún lugar he leído que históricamente la nación, la nación de los nacionalismos, es un invento de los románticos, una cierta abstracción, una hipótesis ideal, una supuesta unidad étnica y cultural, un ego magnético colectivo. En suma, algo emparentado con la religión, una idea solemne y suficientemente confusa que genera sus creyentes y sus agnósticos. Personalmente, me cuento entre los segundos. Mi padre fue capitán de la marina mercante, viajé por medio mundo antes de cumplir los quince, y de todos es sabido que el provincianismo y la xenofobia se curan viajando.

El caso es que hubo un tiempo, allá por la Revolución Francesa, en que la voluntad nacional y la voluntad revolucionaria se identificaban. Más adelante, el nacionalismo se hizo tradicionalista: la nación sería lo “natural”, opuesto al artificial Estado. Como modelo explosivo de la exaltación patriótica, nos basta con pensar en la Primera Guerra Mundial, en el enfermizo caso de Alemania. El nazismo identifica la nación con la unidad biológica de la raza. Finalmente, un invento tan occidental como el nacionalismo ha servido de pauta inspiradora para los movimientos de descolonización, que no es algo que personalmente me moleste. Al contrario.

¿Qué podría significar la nación hoy? En un contexto de imparables migraciones y de economía globalizada, no está tan claro. Habrá quien diga, siguiendo la estela de Humboldt, que la identidad nacional procede de la comunidad en la lengua. Pero, ¿qué ocurre en las naciones donde cohabitan diferentes lenguas? El énfasis deberá ponerse en la voluntad de convivir pacíficamente, en no crear problemas donde no existen, en no alzar barreras. La figura de una policía lingüística – que multa y penaliza, que discrimina y sofoca- no ha sido nunca una buena idea. La imposición de una lengua sobre la otra, mermando la libertad individual, tampoco. En resumen; el tema es relativo, pero creo que Nación como comunidad de origen no funciona. Tampoco nación como etnia pura, porque eso es fascismo (Sí, Arzallus, sí. Sí, Sabino Arana, sí, la batallita del Rh vasco da para varios chistes, y todos malos). La realidad es híbrida y plural. Y compleja. España es una nación articulada donde siempre hubo “hechos diferenciales”. Los problemas surgieron cuando la Corona se transformó en Estado-Nación acaparando todas las funciones. De ahí a las demandas territoriales, un grito. Cataluña siempre ha sido una región o país – no entro- de mezcla, de mestizaje, y esto ha sido increíblemente positivo. Pero uno nace donde nace, no escoge a sus padres ni los convierte en su particular fetiche. No debiera, al menos. Nadie tiene el deber de ser o sentirse nacionalista. Mejor ser moderadamente cosmopolita con un cierto grado de arraigo. Viajar. Sacudirse los folklorismos. Estar abierto o, como decía Bruce Lee en el anuncio del BMW, “open your mind”.

Es hora de separar nación, estado, lengua, cultura. Pero las soberanías se diluyen por arriba y por abajo, y con la mundialización renace, enfatizado, lo local. ¿Exige el resurgimiento de la nación/región un sentimiento nacionalista? Pues no. Más allá de los fetiches uno ha de encontrar su propia raíz. Seguirá habiendo contextos colectivos, hábitos sociales, parlas autóctonas, localismos y códigos multicolores, pero más allá de los disfraces colectivos está lo REAL. Y lo REAL hay que rastrearlo sin necesidad de identificarse con abstracciones, con uñas y dientes, a manos llenas.

Veo campañas institucionales muy bien orquestadas, anuncios en prensa y vallas que dan en la diana porque su mensaje es simple y toca la fibra con muy pocas palabras. Publicidad eficaz, certera. Es hermosa la imagen de una playa mallorquina, el montoncito de sal y la banderita clavada en la cima. Som Balears. Intentos para fomentar la cohesión territorial y la idea identitaria. Nadie se cuestiona si una televisión, IB3 por ejemplo, es rentable o si como empresa es un pozo sin fondo. Si tiene los suficientes espectadores, si nos sale a cuenta. Nos han tocado el corazón con la trampa de que es “la nuestra”, y del corazón a la cartera el tramo, en este caso, no cuenta.

Alerta. Es lo único que digo.  No os dejéis manipular por los expertos en mercadotecnia. O, como dirían mis hijas: que no os vendan la moto.

 

 


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